Culpa, responsabilidad y perdón.
Culpa: 1. Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. 2. Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.
Existen dos tipos de culpa: la culpabilidad sana y la culpabilidad que podríamos llamar dañina.
La culpabilidad sana es aquella que te permite reaccionar ante lo sucedido e intentar reparar el daño hecho. Esta culpabilidad es buena, incluso necesaria para nuestro desarrollo personal. Te ayuda a enmendar errores, pasar a la acción y ser responsable de tus actos y sus consecuencias.
La culpabilidad dañina es aquella que no te deja avanzar, reaccionar ni reparar el daño causado. Esa es la realmente grave y de la que vamos a tratar en estas líneas.
Existe un subtipo de culpabilidad dañina que solo vamos a mencionar de pasada porque tiene más que ver con otros factores como el entorno, la sociedad, la religión… o con otros temas como el maltrato, el acoso o el abuso.
La culpabilidad inducida: Se da cuando otras personas o grupos tratan de hacer que tú te sientas culpable por acciones o doctrinas que son únicamente suyas. Es una culpabilidad en exceso dañina porque te lleva a aceptar como tuyas las culpas de los demás cuando tu realmente no has hecho nada ni te has comportado de manera diferente a como lo haría cualquiera. Sin embargo esta culpa es totalmente real y muy destructiva. Se materializa a partir de una situación provocada por terceras personas que no son capaces de admitir sus propios errores haciendo que otros carguen con una responsabilidad que en absoluto les pertenece.
La culpa es una emoción. Una de las emociones más desagradables que puede llegar a sentir el ser humano. Se genera a partir de una situación en la que hicimos o dejamos de hacer algo que supuso un perjuicio a alguien o a nosotros mismos. A partir de ese momento nos empezamos a sentir culpables de lo sucedido y nos invaden sentimientos de tristeza, impotencia, remordimientos, estrés o ansiedad entre otros.
Sin apenas ser conscientes de ello repasamos mentalmente el momento o los momentos que nos arrastraron hasta este sentimiento y los revivimos no una, ni mil, sino un millón de veces. Nos autocastigamos de tal manera que una culpa muy arraigada dentro de nosotros y que perdura en el tiempo puede, y de hecho lo hace, inmovilizarnos en el presente.
Funciona como un juego de cadenas que nos ancla al pasado, nos amarra, nos reprime y no nos deja avanzar. Nos adentramos en un círculo vicioso de victimismo, preocupación y remordimientos por cosas que sucedieron en el ayer sin darnos cuenta que poco a poco se nos va el presente y perdemos el mañana.
Lo más triste de todo esto es que somos nosotros mismos los que decidimos ponernos estas cadenas y nos encarcelamos en una prisión de emociones. Una prisión fabricada a medida con unos materiales muy específicos: nuestros errores, nuestras culpas y nuestros miedos.
En este punto hay que tener en cuenta que la culpa no surge de manera espontánea, sino que es un sentimiento aprendido desde la infancia por la influencia social, religiosa y el entorno familiar.
En muchos casos el haber tenido progenitores autoritarios y de disciplina férrea hacen despertar en el niño, sobre todo si las muestras de cariño son escasas, sentimientos de culpa. Este comportamiento de los padres que lo que busca es crear un hijo disciplinado y fuerte, a menudo lo que consigue es justamente lo contrario generando en el niño inseguridad, miedo y sobre todo baja autoestima. Un campo perfecto en el que sembrar las semillas de la culpa.
Sin embargo nuestra vida es nuestra. No debemos escondernos en nuestros padres, en la sociedad, en los amigos ni en el entorno en que vivimos para quedarnos “cómodamente” en el victimismo y en la culpa para no hacer el esfuerzo “titánico” de seguir hacia adelante.
¿Se puede dejar de sentir culpa? ¿Es posible derribar los muros de la prisión interior? Por supuesto. Si realmente se quiere y se está dispuesto a trabajar duro para conseguirlo.
Hay un gran número de profesionales muy capacitados para ayudarte. Coach, terapeutas y psicólogos pueden guiarte y servir como un gran punto de apoyo en estas situaciones.
Responsabilidad: capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente.
Ser responsable, que no culpable, de algo te permite tomar acción sobre ello. Te permite darte cuenta de la situación y en consecuencia intentar reparar el daño o el dolor causado a otros o a nosotros mismos.
Hemos de entender que todos nos equivocamos, todos cometemos errores. Si ponemos conciencia en esos errores desde la responsabilidad tendremos la capacidad de superarlos. Tendremos la oportunidad de aprender y crecer como personas. Al fin y al cabo de eso es de lo que trata la vida. Tenemos que darnos cuenta de que no estamos aquí para sufrir. El sufrimiento es una opción. Desde que nacemos hasta que morimos estamos creciendo y aprendiendo. Lo que aprendemos es lo que podemos ofrecer a los demás. Si aprendes a amar, ofrecerás amor; si aprendes a sufrir ¿Qué crees que ofrecerás a los demás?
Tenemos que entender que no hemos venido a este mundo para hacer feliz a nadie y que nadie ha nacido con la misión de hacernos felices a nosotros. Tenemos que ser felices, sí; pero cada uno consigo mismo y a partir de tu propia felicidad relacionarse libremente con los demás. Ahí es donde entra en juego la responsabilidad.
Tú eres el único responsable de tu vida, de tus emociones, de tus triunfos y tus fracasos,” De tu felicidad.”
Si guías tu vida hacia la responsabilidad te darás cuenta de que en realidad la culpa no existe. Tomarás conciencia de que nada de lo que has hecho en tu vida está bien o mal. Simplemente tomamos decisiones. Sea cual sea el resultado de las decisiones que tomamos tenemos que aceptar la responsabilidad que de ellas se deriva,” Nunca la culpa”.
Sea cual sea el error que has cometido, sea cual sea tu culpa, por muy grande que te parezca, no existe. Tú la has creado en tu mente, la has integrado como parte de ti. Te estas castigando y torturando para evitar hacer frente a tus acciones y no hacerte responsable de ellas poniendo mil excusas diferentes, engañándote y traicionándote a ti mismo.
Toda culpa se puede enmendar de una forma o de otra. Todo se puede solucionar para continuar con tu vida. Únicamente tienes que aceptar tu responsabilidad. Salir de tu zona de confort, tomar acción y ponerte en movimiento.
Empieza a ser feliz contigo mismo, comienza a quererte, a amarte. Cuando seas capaz de amarte te darás cuenta de que nada es tan importante. De que se puede ser feliz con muy poco y muy desgraciado teniéndolo todo.
La felicidad está en ti. Es tu decisión. Es tu responsabilidad.
Perdón: 1. Acción de perdonar. 2. Remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente.
Perdonar a otras personas por sus errores y perdonarnos a nosotros mismos por los nuestros son dos cosas que a simple vista podrían parecer muy diferentes, sin embargo no lo son. Para sanar nuestra vida, para sanar heridas, necesitamos perdonar y perdonarnos. Creemos equivocadamente que perdonar al otro es darle la razón, hacerle un favor, pretender que lo que hizo estaba bien. Al contrario. El favor nos lo hacemos a nosotros mismos en el preciso instante en que decidimos perdonar y dejar de sufrir por esa situación. Y da igual si la otra persona es consciente o no de tu perdón. Si llega o no a saber que le has perdonado. Es algo que te afecta a ti, que solo tú puedes sentir y solo tú puedes solucionar.
A veces tendemos a confundir el término perdón con otras cosas que en realidad no lo son. Tenemos que diferenciar por tanto lo que es perdonar y lo que no.
Olvidar no es perdonar. Cuando alguien nos ha hecho daño de verdad no se olvida. Lo que hacemos es reprimir esa herida, esconderla en un rincón oscuro y camuflarla detrás de una máscara.
Perdonar tampoco es tolerar o justificar el comportamiento de otros o nosotros mismos cuando eso nos hace daño. Así ocultamos lo que nos duele para no enfrentarnos con la realidad.
Perdonar y entender no es lo mismo. Puedes entender porque una persona actuó de determinada manera y las causas que le llevaron a actuar así, pero entenderlo no significa que perdones. Aunque el entendimiento si puede hacer más fácil que el perdón llegue a suceder.
Hacer como que todo va bien cuando en realidad no es así es una de las maneras más crueles de castigarnos y engañarnos a nosotros mismos y por supuesto no tiene nada que ver con el perdón. Seguimos negando la realidad para no enfrentarnos con ella y así no perder algo que creemos necesitar.
Perdonar de verdad, perdonar realmente, es decisión nuestra. Decidimos dejar de sufrir, seguir adelante y dejar atrás el pasado. Decidimos cerrar las heridas que nos impiden la recuperación de nosotros mismos. Nuestra propia identidad. Decidimos vivir. Decidimos amar.
En realidad el perdón es un acto de amor y compasión hacia uno mismo. Todos queremos ser amados. Todos queremos recibir amor y ese precisamente es nuestro gran error. No nos damos cuenta de que el amor no se recibe, no se espera, no se pide. El amor se da.
Para poder dar amor nosotros tenemos que contener amor. Si tú no tienes amor difícilmente podrás entregárselo a los demás. En ese amor propio, nuestro, que otorgamos a los demás es donde se encuentra el perdón, la humildad y la compasión.
Perdonar es amar al otro con sus virtudes y sus defectos sin por ello dejar de amarnos a nosotros mismos. Por lo tanto, si alguien nos ha hecho daño tenemos que tomar la decisión de perdonar y en cada caso tomar las medidas necesarias para que ese daño no se vuelva a repetir. Ya sea por decisión propia o por medio de la justicia en casos muy extremos, alejar de nuestra vida a las personas que nos son perjudiciales. Esto parecería contrario al amor del que hablamos hace un momento, pero no olvidemos que perdonar no es olvidar sino estar en paz con ese recuerdo. El amor continúa estando ahí. “Le perdono, le amo, pero no es bueno para mí y por tanto no quiero en mi vida algo que me hace daño.”
Quiérete, ámate, perdónate y serás capaz de vivir una vida plena siendo la persona que realmente eres.
Conclusión:
Si realmente aprendes a amar, pero a amar con un amor en mayúsculas, del que no pide ni espera nada a cambio, sin egoísmos, sin intereses, entonces no habrá espacio en nuestra vida para la culpa. No tendremos que volver a pedir perdón desde la amargura y el arrepentimiento, sino desde la responsabilidad. Antes de actuar pensaremos en nuestros actos y seremos responsables de ellos incluso antes de que hayan sucedido. En esa responsabilidad, en ese intentar no hacer daño es donde realmente habita el amor.
Seamos responsables. Seamos amor. Amemos.